Chapter 60: siheyuan Universo Sexual
En un mundo donde las normas sociales son flexibles, Lucho descubre un universo sexual en el que su madre y su hermana se convierten en satélites del vecino. Una experiencia que lo deja fascinado y excitado, ¿hasta dónde?
Lucho abrió los ojos en un mundo que no reconocía, pero que de alguna manera se sentía familiar. El aire olía a incienso ya comida especiada, y los sonidos de la calle, aunque distantes, eran vibrantes y llenos de vida. Se encontró en un siheyuan, una casa tradicional china rodeada de vecinos cuyas vidas parecían entrelazarse con la suya. A su lado, su madre, una mujer de una belleza deslumbrante, dormía plácidamente. Su cuerpo era una obra de arte, con curvas generosas y un trasero que parecía desafiar la gravedad. Lucho no pudo evitar sentir una mezcla de admiración y confusión al observar su entorno.
Con el paso de los días, Lucho comenzó a notar algo peculiar en ese mundo. Las normas sociales eran diferentes, más abiertas, casi como si las barreras de la moral convencional hubieran desaparecido. Su madre, por ejemplo, parecía tener una forma única de manejar las deudas de su marido. Un día, mientras Lucho espiaba desde la esquina de la sala, vio al vecino de ojos blancos entrar en su casa. El hombre era alto y orgulloso, con una presencia que llenaba el espacio. Sin decir una palabra, se sacó el bóxer, revelando una polla gruesa y erecta. La madre de Lucho, sin mostrar sorpresa, se arrodilló frente a él y abrió su boca grande, acogiendo al miembro del vecino con una naturalidad que dejó a Lucho atónito.
La escena era hipnótica. La madre de Lucho chupaba y lamía con una destreza que delataba experiencia, su boca trabajando en sincronía con los gemidos del vecino. Lucho notó que su padre observaba desde un rincón, la mano moviéndose rítmicamente sobre su propia polla mientras sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y sumisión. El vecino, con los ojos blancos como la leche, parecía disfrutar del espectáculo, su cuerpo tenso mientras la madre de Lucho lo complacía.
Con el tiempo, Lucho descubrió que estas visitas eran frecuentes. El vecino no solo venía por la madre, sino que también había captado la atención de su hermana mayor, de 26 años. Una tarde, mientras el sol se filtraba por las ventanas de papel, Lucho vio a su hermana arrodillada frente al vecino, su boca rodeando su polla con la misma dedicación que su madre. El hombre parecía ser el centro de un universo sexual que giraba en torno a él, y las mujeres de la casa eran sus satélites, dispuestas a complacerlo sin cuestionamientos.
El vecino no se limitaba a recibir. Un día, decidió tomar el control de una manera que Lucho nunca habría imaginado. Con un gesto autoritario, se sentó en una silla, su polla erecta apuntando hacia arriba. La suegra del hombre, su esposa, la madre de Lucho y su hermana se acercaron, sus rostros mezclando vergüenza y deseo. El vecino las usaba como sillas humanas, sentándose sobre sus espaldas mientras ajustaba su polla entre sus cuerpos. Ellas no protestaron, sino que se movieron en sincronía, sus manos acariciando a su miembro mientras él se masturbaba con una expresión de satisfacción absoluta.
La escena se volvió aún más intensa cuando el vecino decidió follarlas una por una. Las mujeres se acostaron en el suelo, sus piernas abiertas en invitación. El hombre se movió entre ellas, su polla entrando y saliendo de sus agujeros con una fuerza que hizo que Lucho sintiera un calor en su propio cuerpo. La madre de Lucho gemía mientras era penetrada, su trasero temblando con cada embestida. Su hermana, con los ojos cerrados, parecía perdida en el placer, mientras la suegra y la esposa del vecino se unían al coro de gemidos.
Lucho, escondido en un rincón, observaba todo con una mezcla de fascinación y excitación. Su polla estaba dura, su mano moviéndose instintivamente mientras contemplaba el espectáculo. El vecino, con una sonrisa de satisfacción, se dejó llevar por el éxtasis, su cuerpo temblando mientras eyaculaba sobre los cuerpos de las mujeres. Ellas, sin dudarlo, lamieron su semen, sus lenguas moviéndose con devoción.
Cuando el vecino finalmente se marchó, la casa quedó en silencio, solo interrumpida por las respiraciones agitadas de las mujeres. Lucho se quedó allí, procesando lo que había visto. Este mundo era diferente, más crudo, más real. Y él, de alguna manera, lo amaba. Mientras se recostaba en su cama, su mente daba vueltas en torno a las implicaciones de todo lo que había presenciado. ¿Era esto normal? ¿Era esto correcto? No lo sabía, pero una cosa era segura: en este siheyuan, las reglas eran diferentes, y él estaba dispuesto a descubrir hasta dónde lo llevarían.