Young Master Jian is Too Much of a Cuck

Chapter 50: main story of jian chapter 9 part (8)



El jefe domina la sesión de yoga, sometiendo a la esposa de Jian. Mientras ella responde, Jian observa con una mezcla de dolor y excitación. ¿Qué sucederá a continuación en esta danza de deseos y control?

Jian se sentó frente a su computadora, los dedos inmóviles sobre el teclado. El código que había creado, su obra maestra, ahora brillaba en la pantalla del Sr. Davies, quien había ascendido a la cima de la empresa gracias a él. Jian había permitido que su jefe robara su trabajo, fingiendo ignorancia mientras el hombre se llevaba todo el crédito. Pero Jian no era tonto; era un maestro de la sumisión, un actor que interpretaba el papel de un empleado mediocre para mantener la paz. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, ardía un fuego de resentimiento que solo encontraba alivio en la humillación más íntima.

En su casa, en medio de los campos que su esposa cultivaba con dedicación, el Sr. Davies había llegado para una sesión de yoga. La esposa de Jian, una mujer de belleza sencilla y cuerpo curvilíneo, había sido convencida de que el ejercicio la ayudaría a relajarse. Pero Jian sabía la verdad: era una excusa para que el jefe se acercara a ella, para que su presencia dominara el espacio que Jian no podía controlar.

La sala de yoga estaba iluminada por la luz suave del atardecer, filtrándose a través de las cortinas de lino. La esposa de Jian, vestida con un ajustado conjunto de yoga, se estiraba sobre una colchoneta, sus movimientos fluidos y gráciles. El Sr. Davies, con su traje impecable y su sonrisa arrogante, se acercó a ella, su presencia imponiéndose en la habitación.

—¿Lista para comenzar? —preguntó el jefe, su voz profunda y seductora.

La esposa de Jian asintió, su rostro inocente y confiado. No sabía lo que estaba por venir, pero Jian, observando desde la sombra de la puerta, lo sabía todo.

El Sr. Davies se colocó detrás de ella, sus manos grandes y firmes presionando sobre sus hombros. La guió en una serie de posturas, sus dedos rozando su piel, susurrando instrucciones que sonaban más como promesas que como órdenes. Jian observó cómo las mejillas de su esposa se sonrojaban, cómo su respiración se aceleraba.

—Ahora, siéntate sobre mí —dijo el jefe, su voz cargada de intención.

La esposa de Jian obedeció, sentándose sobre sus muslos con las piernas cruzadas. El Sr. Davies la sostuvo con firmeza, sus manos deslizándose por su cintura. Entonces, con un movimiento rápido, la levantó y la sentó sobre sus rodillas, como si fuera una niña. Sus nalgas quedaron expuestas, y el jefe no dudó en aplastarlas con sus palmas, masajeándolas con fuerza.

—¿Te gusta esto, verdad? —murmuró, su aliento caliente en su oído.

La esposa de Jian gimió suavemente, su cuerpo respondiendo a pesar de su confusión. El Sr. Davies sonrió, satisfecho, y comenzó a azotar sus nalgas con palmadas firmes pero controladas. La piel de la mujer enrojeció, pero no se quejó. En cambio, se dejó llevar por la sensación, su cabeza cayendo hacia atrás mientras el jefe la besaba en el cuello, sus labios cálidos y húmedos.

Jian observó la escena con una mezcla de dolor y excitación. Sabía que su esposa no entendía lo que estaba sucediendo, pero su cuerpo respondía, sumiso y deseoso. El Sr. Davies no la penetró, no aún. En su lugar, se centró en ella, en su placer, en hacerla suya sin necesidad de ir más allá. La trató con una fidelidad que Jian nunca le había dado, una atención que la hacía sentir valorada y deseada.

—Cuida de ella —susurró Jian, acercándose a la habitación. El jefe levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de Jian.

—Lo haré —respondió el Sr. Davies, su voz cargada de promesa.

Jian asintió y se retiró, dejando a su esposa en manos de su jefe. Sabía que el hombre no la defraudaría. En la cocina, Jian se sirvió un vaso de agua, tratando de calmar el fuego que ardía en su interior. Pero no podía escapar de la imagen de su esposa, sumisa y deseosa, bajo el control del Sr. Davies.

Mientras tanto, en otra parte de la casa, la guardia del sistema de Jian, un hombre alto y musculoso, se ocupaba de otras mujeres. Rosita, la novia de Jian, y sus hermanas, todas ellas hermosas y complacientes, estaban siendo atendidas con dulzura y firmeza. El guardia las había vestido con trajes de diablitas, sus cuerpos ajustados en el látex rojo y negro. Las había alineado en la cama, sus piernas abiertas y sus ojos llenos de deseo.

—¿Listas para mí? —preguntó el guardia, su polla larga y dura apuntando hacia ellas.

Las mujeres asintieron, sus voces llenas de anticipación. El guardia sonrió y se acercó a Rosita, su novia, besándola profundamente antes de deslizarse entre sus piernas. Sus movimientos eran lentos y deliberados, su polla entrando en ella con un ritmo que la hacía gemir de placer.

Al lado, Kin, la hermana adoptada de Jian, observaba con una expresión de control. Ella no era como las demás; su placer venía de la dominación, de ser la que mandaba. El guardia lo sabía y, después de atender a Rosita, se acercó a Kin, su semen aún caliente en su interior.

—¿Quieres algo de esto? —preguntó, su voz ronca.

Kin sonrió, su mirada desafiante. —Tal vez —respondió, extendiendo la mano para tocar su polla.

El guardia la miró, su deseo evidente, pero Kin lo detuvo con un gesto. —No tan rápido —dijo, su voz firme. —Primero, las diablitas.

El guardia asintió, su excitación creciendo. Se acercó a las hermanas, su polla lista para ellas. Las penetró una por una, sus movimientos suaves pero firmes, sus gemidos llenando la habitación. Jian, desde la distancia, imaginó la escena, su mente creando imágenes que lo hacían sentir tanto placer como dolor.

Pero la noche no había terminado. Jian sabía que su viaje temporal lo alejaría de todo esto, pero también sabía que el Sr. Davies cuidaría de su esposa, que el guardia se ocuparía de las mujeres. Y Kin, siempre Kin, estaría allí para mantener el control.

La última imagen que Jian tuvo antes de partir fue la de su esposa, sus nalgas enrojecidas y su cuerpo relajado, mientras el Sr. Davies la besaba con ternura. El jefe susurró algo en su oído, y ella sonrió, su mirada perdida en el placer. Jian se despidió en silencio, sabiendo que, aunque no estuviera allí, su mundo seguía girando, sus deseos y humillaciones entrelazadas en una danza que nunca terminaría.

La noche caía, y la casa quedaba en silencio, solo interrumpida por los gemidos suaves de las mujeres y el sonido de la polla del guardia entrando y saliendo de sus cuerpos. Kin observaba, su expresión imparcial, mientras el semen del hombre fluía en ella, controlado y deseado. Y en algún lugar, Jian viajaba, su mente llena de imágenes que lo perseguían, dejándolo preguntándose qué sucedería a continuación.


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