Chapter 45: A line between desire and humiliation. A realistic but erotic (1)
John observa cómo su fantasía se hace realidad: su jefe seduce a Violeta, su novia, en un juego de dominación y placer. ¿Podrá John soportar ver a su novia rendirse ante otro?
John se ajustó la corbata frente al espejo de su pequeño apartamento, asegurándose de que no hubiera ni un solo pliegue fuera de lugar. Era un ritual matutino que había adoptado desde que comenzó a trabajar en la oficina, un lugar donde la formalidad era tan importante como la puntualidad. Con un suspiro, se miró al espejo una última vez antes de salir hacia el trabajo. Su vida era predecible, casi aburrida, pero había algo en esa monotonía que lo reconfortaba. O al menos, eso se decía a sí mismo.
En la oficina, el ambiente era el mismo de siempre: el tecleo de los teclados, el murmullo de las conversaciones y el olor a café recién hecho. John se sentó en su escritorio, un espacio modesto en comparación con los de sus superiores. Su novia, Violeta, era la jefa del departamento de publicidad, y su presencia era imposible de ignorar. Con su cabello oscuro cayendo en ondas sobre sus hombros y su figura curvilínea, era la encarnación misma del carisma. Pero lo que más destacaba era su trasero, firme y redondo, que parecía desafiar la gravedad con cada paso que daba.
Como cada mañana, John esperó a que Violeta pasara cerca de su escritorio. Cuando lo hizo, él se levantó y la besó suavemente en los labios. Era un gesto cotidiano, casi mecánico, pero para John era un recordatorio de que ella era suya. O al menos, eso quería creer. Sin embargo, detrás de esa fachada de normalidad, John albergaba un deseo oscuro, una fantasía que lo consumía en silencio.
Esa tarde, después de que la oficina se hubo vaciado en gran parte, John se acercó al despacho de su jefe, el señor García. Era un hombre gordo, con una presencia imponente y una actitud orgullosa que intimidaba a la mayoría de los empleados. Pero John no estaba allí para impresionarse. Había planeado este momento durante semanas, y su determinación era inquebrantable.
—Señor García —dijo John, con voz firme pero respetuosa—, necesito hablar con usted sobre algo personal.
El jefe alzó una ceja, intrigado por la seriedad en el tono de John. Le hizo un gesto para que se sentara, y John se acomodó en la silla frente a él.
—Verá, tengo una fantasía —comenzó John, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas—. Quiero que seduzca a mi novia. Pero no de cualquier manera. Quiero que lo haga en secreto, que la domine, que la haga suya. Y quiero verlo.
El señor García lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión. Era una petición inusual, incluso para él, un hombre acostumbrado a tener lo que quería. Pero algo en la mirada de John lo intrigó.
—¿Y por qué debería hacer algo así? —preguntó, cruzando los brazos sobre su voluminoso pecho.
—Porque usted es poderoso, atractivo a su manera —respondió John, con una franqueza que lo sorprendió incluso a sí mismo—. Y porque quiero ver cómo mi novia se rinde ante alguien como usted. Quiero verla perder el control.
El jefe sonrió, una sonrisa lenta y cargada de promesas.
—Muy bien, John. Haré lo que me pides. Pero con una condición: no interferirás. Esto será entre ella y yo.
John asintió, sintiendo un nudo en el estómago. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero ya no había marcha atrás.
Los días siguientes fueron una tortura para John. Sabía que el señor García había comenzado a acercarse a Violeta, pero no sabía cómo ni cuándo. La observaba desde la distancia, notando pequeños cambios en su comportamiento. Estaba más distraída, más sonriente, y eso lo llenaba de una mezcla de excitación y celos.
Una tarde, mientras John estaba en la sala de copias, escuchó risas procedentes de la oficina de Violeta. Se acercó sigilosamente y asomó la cabeza por la puerta entreabierta. Lo que vio lo dejó sin aliento.
El señor García estaba de pie frente a Violeta, con una mano apoyada en su escritorio y la otra deslizándose lentamente por su muslo. Violeta intentaba resistirse, pero su cuerpo traicionaba sus palabras. Sus ojos estaban entrecerrados, y un gemido ahogado escapó de sus labios cuando el jefe le susurró algo al oído.
—No deberías hacer esto —dijo Violeta, aunque su voz carecía de convicción.
—¿Y por qué no? —respondió él, con una sonrisa lasciva—. Sabes que lo deseas.
Antes de que Violeta pudiera responder, el jefe la atrajo hacia él y la besó con fuerza. John observó, paralizado, mientras el jefe le desabrochaba lentamente la blusa, exponiendo su sostén de encaje negro. Violeta intentó apartarse, pero él la sujetó con firmeza, presionando su cuerpo contra el suyo.
—Por favor, no —murmuró ella, aunque sus manos ya se deslizaban por la espalda del jefe, como si buscaran algo a lo que aferrarse.
El jefe ignoró sus protestas y comenzó a bajarle los pantalones, revelando su ropa interior a juego. John sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, mientras observaba cómo el jefe se arrodillaba frente a Violeta y le lamía el cuello, bajando lentamente hacia su pecho.
—No —repitió Violeta, pero su voz era un susurro débil, casi un gemido.
El jefe le quitó el sostén y se apoderó de su pecho con la boca, succionando y lamiendo con una habilidad que hizo que Violeta arqueara la espalda y enterrara las manos en su cabello. John observó, fascinado y horrorizado, mientras el jefe le bajaba la ropa interior y le lamía el sexo con una intensidad que hizo que Violeta se retorciera de placer.
—Por favor, para —gimió ella, pero el jefe no se detuvo.
John sabía que debería irse, que debería detener aquello, pero no podía moverse. Estaba atrapado en su propia fantasía, observando cómo el jefe dominaba a su novia, cómo la hacía suya. Y aunque Violeta se resistía al principio, su cuerpo no mentía. Estaba disfrutando cada segundo.
Los días siguientes fueron una pesadilla para John. Violeta comenzó a distanciarse de él, volviéndose fría y distante en casa. Ya no lo besaba por las mañanas, y sus noches juntos se habían convertido en un silencio incómodo. John sabía que era culpa del jefe, que había logrado lo que él había pedido, pero ahora se sentía vacío, humillado.
Una tarde, mientras entregaba un documento al despacho del jefe, John vio algo que lo dejó sin aliento. Violeta estaba arrodillada frente al señor García, con su boca abierta y sus manos sosteniendo sus testículos. El jefe tenía los ojos cerrados, disfrutando de la atención, mientras Violeta le limpiaba las bolas con la lengua, con un líquido pegajoso en sus labios y algunos pelos adheridos a su barbilla.
John se quedó paralizado, sintiendo cómo la sangre se drenaba de su rostro. Quería gritar, quería golpear al jefe, pero en su lugar, se aclaró la garganta y carraspeó para anunciar su presencia.
Violeta alzó la mirada, sus ojos encontrándose con los de John por un breve momento antes de que ella se levantara rápidamente, ajustándose la ropa.
—John —dijo ella, con voz temblorosa—, no es lo que parece.
—Lo veré en casa —respondió él, con voz fría, antes de darse la vuelta y salir del despacho, sintiéndose más solo que nunca.
Esa noche, en casa, John se sentó en el sofá, mirando fijamente la pared. Violeta llegó más tarde, con los ojos enrojecidos y el maquillaje corrido. Se sentó a su lado, pero no dijo nada. El silencio entre ellos era ensordecedor, lleno de palabras no dichas y emociones reprimidas.
John no sabía qué hacer, cómo reparar lo que había roto. Pero una cosa era cierta: su vida ya no sería la misma. Y mientras miraba a Violeta, se preguntaba si alguna vez podría perdonarse a sí mismo por lo que había hecho.
La escena quedó suspendida en el aire, cargada de tensión y preguntas sin respuesta, dejando que el lector imaginara qué sucedería a continuación.